Historia en curso...

Mi hermana Belén

  Belén, mi hermana, siempre fue muy exhibicionista. De mostrarse mucho en redes. Su perfil, publicaciones y stories eran un verdadero infie...

Doble vida (2)

 


Al otro día, me levanté un poco confundido. No entendía si había sido un sueño o no todo lo que había visto. Vi los pañuelos de papel arrugados y secos en el cesto y una sonrisa se dibujó en mi cara. Todo era real.

Salí de mi cuarto y me crucé con mi hermana. Nos miramos. Ella seguramente me lo dijo por la forma en que la miré:

-        ¿Qué me miras?

-        Yo… - atiné a decir

-        Seguí tu camino – me respondió lacónica

Siempre me trataba así. Me denostaba, me humillaba. Solo por esta vez la dejé pasar, pero las cosas iban a cambiar.

Sin embargo, algo en mi cambió. Cuando la miré a la cara, no vi a una persona segura y casta. Vi a una persona vulnerable y puta. Ahora dejaba de ser la hermana santificada y el ejemplo de la familia, para ser un ser humano más, con sus defectos, sus oscuridades y sus vicios. Ella, que se hacía la perfecta e inmaculada, tenía una grieta por donde entrarle. Yo la había encontrado, y me juré que me metería por esa grieta hasta hacerla cumplir todas mis fantasías. Hasta las más oscuras y perversas.

Fue esa misma tarde, la primera vez en la que me sentí con un poco de poder sobre mi hermana. Piensen que viví muchos años el sometimiento de ella por mi exceso de peso, de falta de autoestima, de compañía y otras cosas que, aun hoy, me duele ponerlas en palabras. Volviendo al tema, esa tarde estábamos mirando la TV con mis padres durante la cena y Naty hizo un comentario indignándose de una mujer que aparecía con poca ropa en la TV. Yo la miré desafiante y midiendo muy bien cada palabra le dije:

-        Seguro que esa, en la intimidad, se fotografía desnuda, como una puta que es.

-        Y vos… que… decís… - y me miró escrutándome.

-        ¿Qué pasa? ¿Que ibas a decir? - La miré desafiante y ella lo percibió en mi mirada

-        Nada, no, nada

No era fácil dejar a mi hermana sin palabras, pero esta vez lo había logrado. Por primera vez en la vida, desafiaba a mi hermana y ella se quedaba callada.

Lo que más me gustó es que fue a su computadora a revisar si todo estaba en orden y lo estaba, porque si algo hago e hice bien en todo este proceso, es no dejar ningún cabo suelto.

Es difícil expresar con palabras la dicha que sentí esa tarde cuando puse un poquito en jaque la estabilidad y el poder de mi hermana. Me sentí pletórico y exultante. Había dado el primer paso de muchos que venían.

El siguiente paso fue al otro día. Pasó sin mirarme ni saludarme.

-        Buen día, le dije

-       

-        Será mejor que empieces a saludarme cuando te levantas

-        ¿Si? ¿Sino que me va a pasar?

-        Yo te diría que es lo mejor para vos

Mi cara se puso roja, pero, aun así, ella supo que la estaba desafiando. Y que nunca lo hubiese hecho si detrás no había con qué.

-        Buen día - me dijo mirándome con cara de odio

-        Buen día, ¿dormiste bien? – le pregunté

-        ¿Qué te importa? - Me respondió

-        Shhhh, le dije, el tonito, tratá bien a tu hermano mayor

-        ¿Si? Y que me vas a hacer si no te trato bien

-        Yo, a vos nada, pero la sorpresa que se van a llevar todos…

Mi hermana me miró con furia y su cara se puso totalmente colorada

-        ¿Qué decís?!

-        Lo que oíste, nada mas

-        ¡Ojo nene! Tené cuidado - Me advirtió

-        Yo diría que sos vos la que tiene que tener cuidado

Me miró con odio, como siempre lo hacía, solo que esta vez era un odio diferente. Había respeto en el medio, cosa que nunca me había tenido. En su cara pude ver la bronca contenida. Se dio media vuelta y se fue.

 A la tarde, llegó y pasó ignorándome como siempre lo hacía.

-        Hola, ¿venís de lo de tu novio?

-        ¿Qué decís?

Se detuvo en seco y giró para mirarme.

-        Sé que no sos lo que pareces, Natalia – le dije nervioso

-        ¿Qué sabes vos?

-        Más de lo que te imaginas, así que ojo – yo intentaba parecer sereno y me costaba mucho.

-        No sé de qué hablas

-        Bueno, por lo pronto empezá a tratarme bien. Siempre. – le solté

-        No sé de qué hablas - repitió

-        De que me trates mejor. De que ya no pases delante de mi sin saludarme…

-       

-        Ah, y llamame por mi nombre. Juan. ¿Está claro? – no supe cómo me animé a decirle todo eso

-        Pero ¿qué te pasa? ¿Te volviste loco?

-        No, no me volví loco

-        Entonces estás cada día más pelotudo – me soltó

Yo creo que se la jugó a que todo sea un invento, un castillo de naipes que yo había armado. Lo que no contaba era con mi respuesta.

-        No me insultes, porque no soy ningún pelotudo

-        ¿No? – me dijo desafiándome con la mirada

-        No. imagínate si yo te digo “putita”

-        ¿Qué decís, enfermo? – me soltó

-        No sería la primera vez que un hombre te llama así, ¿no? – le dije en una voz apenas audible por mis nervios.

-        ¿De qué hablas?

En ese momento, sentí como el fuego de su mirada empezaba a apagarse y la niña segura se volvía cada vez más débil y frágil

-        De lo que sentirás en la intimidad con algún hombre

-        ¿Que? – Insistía ella en su papel

-        Dejémoslo acá   le dije con una sonrisa

-        No, ahora me decís

-        Nada, quizás son cosas mías – le digo

-        Ahora quiero que me digas

-        No, no, no te hagas problema

Tras decir esto, me metí en mi cuarto y luego de cerrar la puerta una ola de euforia me invadió. Sabía que ella no iba a entrar en mi cuarto por ninguna razón del mundo. Se moriría de ganas de hacerlo, pero no lo haría.

No podía borrar la sonrisa de mi propia cara. Por primera vez, dejé con la palabra en la boca a mi hermana. Y seguramente, muerta de miedo. Había sembrado la primera semilla.

Al otro día, sin imaginarlo, llegó la cosecha de mi primera siembra. Me levanté y al pasar por su cuarto la miré de arriba abajo y le dije:

-        Buen día, Naty

-        Buen día…

-        Buen día, ¿qué? – la inquirí

-        Buen día, Juan - me dijo seria

-        Así está mejor

-        ¿Estás contento? – me desafiaba ella.

-        Si, ¿vos?

-        ¿Con tan poco te pones contento?

-        Si

-        Lo triste que será tu vida… - dijo buscando herirme una vez más.

-        Hoy es un poco menos triste que ayer – le solté

-        ¿Si? ¿Por qué?

-        Porque mi hermana me saluda

-        Mirá vos – dijo ella

-        Y seguro que con esa boca que me saluda hace tantas cosas…

No sé cómo me salió eso, pero lo largué así nomás. Ella me miró con vergüenza y odio. Se quedó dura, ahí mismo de pie, sin decir nada. Había dejado a mi hermana sin palabras dos veces seguidas. Eso se festejaba.

-        Seguro que esa boca hace muchas cosas muy bien – agregué envalentonado

-        ¿Cómo qué? - quiso saber ella

-        No se…

Y me fui por donde vine. Otra vez no pudo seguirme. Solo escuché de vuelta su tonta advertencia cuando me iba:

-        ¡Cuidado, eh!

-        La que tiene que tener cuidado, sos vos, ya te lo dije – me sonreía mientras lo decía

Esa misma tarde cuando mis padres ya estaban acostados pasó por mi lado y le dije

-        ¿Qué vas a hacer ahora?

-        ¿Qué te importa? – me respondió como siempre

-        Tenés que contestarme mejor, Naty

-        ¿Por qué?

-        Primero, porque soy tu hermano… - dije dejando en suspenso una segunda parte

-        ¿Y segundo?

-        Porque te conviene

-        ¿Porque?

-        Porque se algunos secretos tuyos

-        ¿Qué secretos? – preguntaba ella ahora con mucha curiosidad

-        Si no tenés secretos, no tenés de qué preocuparte – dije haciéndome el misterioso

-        Todo el mundo tiene secretos – me dijo

-        Bueno, yo se algunos de los tuyos

-        ¿Cómo cuáles? – mi hermana estaba sedienta de información

-        Que no sos tan santa, por ejemplo – le dije en un tono casi neutro que me sorprendió a mí mismo

-        Eso es muy general… - me decía curiosa

-        Que no sos virgen, ¿o me equivoco? – le solté

No sabía hasta donde extenderme contándole cosas, pero el juego en el que estábamos entrando, me cautivaba de una manera inexplicable.

-        No sé de donde sacas esas cosas…

-        Hagamos un juego

-        ¿Queeee? – su cara de incredulidad ante mi conducta me generaba un placer que nunca había sentido

Ya no estaba en posición de hacerse la loca, y lo supo. La tenía por primera vez en mis manos

-        Ahora te voy a hacer unas preguntas y me vas a contestar la verdad…

-        A ver… - me desafió

-        ¿Sos virgen?

-        Si - dijo toda colorada y sin dudar

-        Dijimos la verdad, Naty. Tu verdad está a salvo conmigo. No mientas. – le dije

-        ¿Qué queres decir?

-        Te pregunto de vuelta, ¿sos virgen?

-       

Silencio. No se animaba a preguntarme como lo sabía. Su cabeza era un mar de dudas, pero no podía auto incriminarse hablando de las fotos

-        ¿Y? ¿no vas a contestarme?

-        ¿Qué queres? - Me dijo desafiante

-        Muchas cosas. Por ahora, que me trates mejor

-        Bueno.

-        Y que me respondas la verdad, ¿sos virgen? – me mantuve firme

-        No

-        Muy bien, me gusta que me digas la verdad

-        ¿Ya está tu jueguito?

-        No, no. Es largo

-        A ver, ¿qué más queres saber?

En ese momento, como si alguien se hubiera apoderado de mí, le solté mirándola a los ojos desafiándola:

-        ¿Te gusta mucho chupar la pija?

Su cara era un poema. Amagó a levantar la mano para pegarme y se arrepintió en el momento.

-        ¡Estas enfermo! – me dijo con ira contenida

-        ¿Y vos?, la santita Natalia, ¿cómo está?

-        Estas enfermo - repitió

-        Respondeme, y te dejo ir

-        ¿Que?

-        ¿Te gusta mucho chupar la pija? - insistí

-        Si – dijo con la boca temblorosa

Pude ver como una lágrima corría por su mejilla. Pese a todas las veces que ella me había hecho sentir mal, me sentí atribulado al ver como la pequeña gota se deslizaba por su mejilla, pero por suerte me duró poco tiempo. Ella dio media vuelta y se fue.

-        Me alegro que no mientas - alcancé a decirle

Me fui a acostar con una mezcla de sensaciones: de euforia, por estar en una posición de superioridad con mi hermana y de angustia, porque no pude determinar si estaba bien todo lo que había hecho y todo lo que tenía en mente. Con esos pensamientos rondando, me dormí

Al otro día, me levanto y voy para la cocina. Ella está sentada desayunando con mis padres, Al verme entrar por la puerta, me mira a los ojos y sin que yo atiné a decir algo, me dice:

-        Buen día, Juan

-        Buen día, Naty - dije con una sonrisa

Mis padres se miraron de inmediato no entendiendo la situación. Natalia parecía empezar a acostumbrarse a esta nueva normalidad de saludar y tratar bien a su hermano mayor, pero eso no iba a durar mucho, ya que yo no me conformaba solo con eso: yo iba por más, por mucho más.

Por la tarde, Natalia salió de su cuarto vestida muy recatada y se fue por la puerta diciendo que en un rato regresaba. Un pequeño gesto de ella me gustó mucho

-        Chau, Juan – dijo mirándome seria.

-        Chau – le dije

Mi sorpresa fue mayor cuando más tarde, fueron mis padres los que salieron muy bien vestidos y diciéndome que volverían tarde, que dejaban comida para mí y para mi hermana.

Cuando Natalia volvió y vio que solo estábamos nosotros dos, me miró con cara de preocupación.

-        Hola Naty, ¿cómo la pasaste?

-        Bien, ¿y vos? – me sorprendió con la respuesta y la repregunta

-        Bien, me quedé acá, como siempre

-        Tendrías que salir – ya volvía con su comentario incisivo.

Ya no tenía el tono agresivo de otras veces, en donde me llamaba gordo, vago, dejado y tantas cosas más.

Fue entonces que creí que era el momento de dar un paso más. Envalentonado, la miré a los ojos.

-        ¿Te puedo pedir un favor?

-        ¿Que?

-        Que te saques la remera y el corpiño

-        ¿Vos estás loco?

-        No

Mi hermana sentía que la rabia le subía por el cuerpo y me miró con odio y con los ojos vidriosos me preguntó

-        Viste las fotos, ¿no?

Le sostuve la mirada desafiándola.

-        Sacate la remera y el corpiño, y te digo – la desafié

-        Pueden venir mamá y papá

-        No van a venir, dejaron comida para que cenemos

Me miró con cara de odio y se sacó la remera sin dejar de sostenerme la mirada. Llevaba un corpiño fucsia y dudó en sacárselo, pero sabía íntimamente que no tenía salida

-        ¿En serio queres que me lo saque?

-        Por supuesto – le respondí

-        Sos un perverso

-        Si

-        Soy tu hermana

-        Si, ya lo se

Tomó el broche del corpiño llevando sus manos detrás y lo desenganchó. Se lo sacó y lo dejó arriba de la mesa. Sus hermosos pechos aparecieron en todo su esplendor. Reconozco que las fotos no le hacían justicia a lo que eran personalmente. Medianos, erguidos y coronados por unos pezones rosados e hinchados.

-        ¿Estas contento, enfermo?

-        Si

-        ¿Me puedo ir?

-        Por supuesto, lo que te prometo, lo cumplo – dije con una sonrisa

Se fue a su habitación y volvió con un camisón y sin corpiño debajo. Habrá pensado “ya me vio en tetas, que más da”. Yo tuve una erección de inmediato. Me sorprendió que no se me haya parado antes cuando se desnudó delante de mí, pero se lo atribuí a los nervios.

-        ¿Comemos? Preguntó ella

-        Dale, comamos

Increíblemente ella se mostró de lo más natural. Encendimos la tele y no volvimos a cruzar palabra.

-        Me voy a dormir - me dijo una vez que terminamos la cena

-        Esperá – le dije

-        ¿Que?

-        Lavá los platos - le ordené

-        Pero…

-        Si, lavá los platos y no te des vuelta ni una sola vez – dije en un tono firme

Se puso a lavar los platos y yo a barrer el piso. Luego, me senté a un metro y con la punta del palo de la escoba le levanté el camisón para mirarle el culo.

-        ¿Qué haces? – dijo ella, pero no se dio vuelta

-        Muy bien, podes hablar, pero no podés dejar de lavar los platos

-        Bueno – dijo resignada

-        A ver ese culito… - dije yo levantándole el camisón y viendo como una tanga roja se perdía dentro de sus nalgas

-        ¡Que enfermo que estás! – decía ella

-        Es muy lindo, mejor que en fotos

-        Sos un hijo de puta…

-        Como vos, si somos de la misma madre…

Fui un poco más allá y le rocé suavemente toda la cola con el palo y ella no dijo ni palabra. Terminó de lavar los platos y me dijo

-        Me voy a dormir

-        ¿Ya? – le pregunté

-        Si - me respondió lacónica

-        Bueno, un último pedido… - no me atreví a decirle “una orden”

-        ¿Que? - me miró con cara de pánico

Era evidente que la tenía bajo mi dominio, su cara lo decía todo, pero aún quedaba algo más.

-        Sacate el camisón y andá a tu cuarto

-        Estas enfermo – me dijo

Sin decir nada y de frente a mí, se sacó el camisón tomándolo por debajo y quedando solo con esa tanga roja, mostrándome una vez más esa piel tersa, esos pechos blancos con pezones rosados y esa cara de muñeca con el flequillo para el costado. Su seriedad era total. Yo sabía que la tenía a mi merced, pero aun quería ir más allá.

Cuando se estaba yendo, le digo:

-        Pero quiero que vayas caminando en cuatro patas

-        ¿Que? - Me miró desconcertada

-        Sí, eso

-        Pero…

-        Tantas veces me humillaste, que no vos te vas a morir por eso

-        No, pero…

-        Puedo ser peor, mucho peor – le advertí

Sin decir nada, se arrodilló en el piso y se fue caminando en cuatro patas. Yo la seguí por el pasillo hasta la entrada de su cuarto. En un momento determinado, me pareció notar que movía su culo por demás. ¿será que le está gustando todo este juego? Alcancé a pensar, pero era imposible. Una persona como ella: cruel y despiadada con su hermano, jamás podría disfrutar de ser humillada

Yo la seguía detrás con una erección de campeonato. Ella avanzaba lentamente y cuando llegó a la puerta de su habitación, giró su cabeza y me preguntó

-        No vas a entrar, ¿no?

-        No, por esta noche, está bien - concedí

Una de las cosas que debía aprender era a tener el control sobre ella. Y la mejor manera de demostrarlo era precisamente determinadas cosas, inclusive sorprenderla no haciendo nada, aun cuando pudiera hacerlo, como en este caso. Ella estaría preparada para una nueva humillación, pero yo no lo haría y cuando no esté preparada, le pediría lo más degradante que se le pueda pedir.

-        Hasta mañana, Naty

-        Hasta mañana, Juan

 

(continúa acá)

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